*Este texto se presentó como una conferencia performativa en Wendy’s Subway, Brooklyn, en el marco de New Art Dealers Art Fair 2015 y se publicó en el libro A + WS: A propósito de NADA (Aeromoto, Wendys Subway, 2017), catalogo que compila las colaboraciones para la feria en Nueva York. En el año 2019 se publico en «El tiempo es lo unico que tenemos», una antologia sobre performance y coreografia curada por Barbara Hang y Agustina Muñoz y editada por Caja Negra. Aqui reproduzco esta ultima version.
Este texto fue originalmente pensado como una conferencia para una biblioteca independiente de arte contemporáneo en Nueva York llamada Wendy’s Subway. Lo escribí por invitación de Macarena Hernandez, una amiga muy querida que a su vez fundó otra biblioteca independiente de arte contemporáneo en la Ciudad de México llamada Aeromoto. Yo estaba en la Ciudad y no había dinero para viajar, así que resolvimos hacerla vía skype. Algo fundamental de la conferencia era el reconocer las coordenadas y características del espacio físico en el que estaría reunida la gente para escucharla y, por supuesto, en el caso de una versión impresa, esas condiciones y coordenadas cambian radicalmente. Para hacer cabal justicia a la especificidad del cuerpo leyente, tendría que escribir otro texto, uno completamente distinto, que ojalá en algún momento escriba. Aquí la charla está traducida al español con bastante apego a como ocurrió en realidad, lo que quiere decir que el texto requiere también de un ejercicio de imaginación de quien lo lea, pues plantea una situación hipotética. Es pues un experimento distinto al anterior, pero no por eso menos interesante para mi (por lo menos, aunque espero que para ustedes también), puesto que intrínsecamente la lectura implica ya la posibilidad de despliegue de un otro espacio, ficticio pero no menos real que el material. Ese espacio, en este caso, evoca además un espacio material del que yo fui partícipe muy a la distancia, gracias a una webcam, y que por lo tanto existe mucho más en mi imaginación que en mi memoria.
Estás aquí parada, mirando una pantalla en una habitación llena de gente. Afuera el aire no es frío pero sí un poco fresco y quizá tus calcetines están ligeramente húmedos de sudor. Llegaste al edificio, tal vez saludaste a alguien porque lo conocías o porque aún había poca gente y quisiste ser cortés. Muy posiblemente respondió amable, también muy posiblemente, por las mismas razones. Subiste a la sala principal y comenzaste a observar los libros y revistas en exhibición. Ese título interesante, esa portada tan bonita, ay, me encantan los fanzines. Saludaste a un par de personas o comentaste uno o dos volúmenes con la gente con la que llegaste. Escuchaste a gente hablar, y algunas cosas te interesaron más que otras.
Hasta ahora, has trazado una trayectoria dentro del cuarto. Un dibujo sobre el plano. Y ahora estás aquí, parada o sentada frente a esta proyección, viendo a una persona desconocida que te habla a través de skype. Cada vez que muevo las manos, los músculos de tus ojos reaccionan sutilmente siguiendo las formas que produce la luz del proyector.
Si te interesa la filosofía contemporánea, esto podría sonarte pasado de moda (la moda es una culera), pero, como decía un ex-amante, el tiempo es lo único que tenemos:
De alguna manera, muchas de nosotras estamos enojadas o por lo menos desencantadas con ciertas ideas post-estructuralistas, a veces porque creemos que ya llevan demasiado tiempo en el centro y deberíamos movernos hacia otra cosa más relacionada con nuestro contexto actual, o por lo menos hacia algo mas cool, o a veces porque estas ideas tienden a ser tautológicas en más de una forma, a ofrecer callejones sin salida a ciertas preguntas. Una de las centrales es la pregunta por el lenguaje (cosita de nada), y esa sensación de estar atrapados por él, de que no importa cuánto peleemos, es imposible no significar, no organizar la realidad en términos lingüísticos y por tanto seguimos siendo prisioneros de una realidad que no escogimos, porque de alguna forma es un principio fundacional de lo humano. No importa que tanta Ontología Orientada al Objeto (o “Algología Orientada a Loquesea” como alguien le llamó una vez) tengamos, el lenguaje se mantiene como una última barrera infranqueable. Esa idea aún me persigue todo el tiempo, e incluso cuando claramente no tengo la respuesta (ni soy filósofo), creo que la coreografía tiene un potencial muy cabrón para lidiar con ella de una manera seria.
La coreografía nos permite pensar, analizar y actuar de maneras que sin ser narrativas produzcan sentido, un tipo distinto de sentido que, a veces, por lo menos por una fracción de segundo, evita la representación. Tiene un potencial muy particular, directo, específico a la experiencia, abstracto y por lo tanto político de una forma muy corporal. Es por esto que la defiendo tanto y que estoy un poco obsesionado con ella. Porque ¿qué otro conjunto de herramientas puede organizar, desorganizar y analizar de una manera tan extremadamente corporal? ¿En una dirección tan “pre-lingüística”? No estoy argumentando que la coreografía sea superior a cualquier otra cosa, lo que sería tonto y fanático, así que por favor no me malinterpreten. Estoy argumentando por su especificidad. Estamos reunidas en una biblioteca, sobre todo para hablar de libros, así que mi comentario puede sonar un poco fuera de lugar, pero los libros y las bibliotecas son (o pueden ser) mucho más que almacenes de información. Quizá sea por esto que (como a muchos más) me interese tanto la relación entre texto y coreografía, y también quizá por esto, lo que estoy por decir podría interesarles a ustedes.
Si desnudamos la coreografía, la idea de coreografía, hasta los huesos, hasta su definición más simple, podríamos decir que “lidia con el emplazamiento y desplazamiento de cuerpos en el espacio y en el tiempo”, o sea con el movimiento, la inmovilidad y el ritmo. Luego, por supuesto, podemos discutir cada una de las palabras contenidas en esa frase y podemos definirlas y redefinirlas como prefiramos. Podemos pensarlas y repensarlas. Porque, ¿Qué es lidiar con algo? ¿Qué es emplazar o desplazar? ¿Qué es movimiento o inmovilidad? ¿Qué es un cuerpo, qué es espacio o un espacio?
¿El espacio cambia si cambiamos el artículo que lo antecede? Es decir, ¿es diferente decir “en el espacio” a decir “en un espacio”? Quizá ese “un”, apenas dos letras, transforma ese espacio previamente indiferenciado en uno bien específico. Y por tanto, agregar ese “un” sería ya un ejercicio coreográfico puesto que lidia con la organización del espacio. También sería un ejercicio coreográfico desde la perspectiva del texto, de la oración, si consideramos los artículos “el” y “un” como cuerpos. Y así, podríamos empezar a jugar con la forma en la que los conceptos que integran esta definición están organizados. Es decir, podríamos coreografiar la definición.
Digamos que el movimiento es el cambio de posición de un cuerpo en el espacio durante un período de tiempo, y que la inmovilidad es la permanencia de posición de un cuerpo durante ese mismo período. ¿Cómo podría un cuerpo moverse en el espacio, o incluso, cómo podría mantenerse inmóvil sin un marco temporal claro? O, para ponerlo de otra manera ¿cuánto tiempo se necesita para estar inmóvil? Si tú, justo ahora, estás de pie, observando esta pantalla o esta pared, ¿cuánto tiempo mantendrás el peso en esa misma posición antes de descansarlo sobre la otra pierna?
Estas preguntas son a la vez retóricas y reales, porque las respuestas obvias no necesariamente son las ciertas. Quizá, si de hecho estás de pie, notaste el cansancio y cambiaste el peso de una pierna a la otra porque hablé de ello, quizá no…
Como artista trabajo principalmente alrededor de la coreografía, entendida en un sentido muy amplio. Desde hace algún tiempo he trabajado con publicaciones pensadas desde una perspectiva coreográfica, y es por esto (creo) que las chicas de Aeromoto me invitaron a skypear con ustedes esta noche. Voy a dejar de ser críptico, o ridículamente algebráico con mis ejemplos, para ir al punto.
Corríjanme si me equivoco, pero tanto Wendy’s Subway en Nueva York, como Aeromoto en la Ciudad de México[1] son lugares pensados alrededor de la idea de que el conocimiento debe ser compartido, pero también alrededor de la idea de que un lugar que reúne y ofrece libros es un lugar de encuentro, o, dicho en términos coreográficos, un espacio que contiene y organiza cuerpos que contienen y organizan información (o sea libros) ofrece el paisaje perfecto para que cuerpos humanos vengan a encontrarse e interactuar. A bailar entre libros, por decirlo de otra manera. La biblioteca como espacio coreográfico de convivencia y encuentro.
Si pensáramos en organizar una biblioteca en términos de su funcionalidad tradicional, tendríamos una lógica bastante obvia qué seguir: Acomodar los libros, videos, fanzines y lo que sea, por categorías y orden alfabético. De esa forma la búsqueda es más ágil. Pero ¿qué tal si no buscamos organizar el material pensando en la productividad individual sino, en cambio, en que las fricciones y encuentros entre lectores se propicien? No sé cómo sería una organización de este tipo, pero sería muy interesante intentarla.
¿Qué tan lejos está la persona mas cercana a ti? ¿La conoces? ¿La distancia entre ustedes se ve influida por su grado de familiaridad?
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Hace unos años hubo un colectivo de coreógrafas basadas en Estocolmo que se llamaba INPEX. Alrededor del 2009, comenzaron un proyecto llamado The Swedish Dance History Book. No era tanto un libro de danza, sino más bien de coreografía, y definitivamente no era de historia sueca.
Las chicas de INPEX pensaban que la Historia tiende a ser escrita por los vencedores o, dicho de otro modo, por aquellos en una posición de poder suficientemente firme como para legitimarla. Y entonces se plantearon algo como “ya basta de estas chingaderas; somos nosotras las que estamos accionando la historia, deberíamos tomar cartas en el asunto. ¿Cuál es el dispositivo que legitima la historia? El libro. A la verga, hagamos uno”. Lo llamaron Libro de la Historia de la Danza Sueca para que el consejo sueco de las artes fondeara el proyecto, pero abrieron una convocatoria internacional para recibir textos. Los textos podían haber sido escritos para la ocasión, o podían ser reciclados, robados o lo que fuera. Podían tratar sobre cualquier tema y venir de cualquier lado (aunque la mayoría terminaron siendo sobre coreografía de una u otra forma). No había proceso de selección, ni curaduría ni edición. Mientras lo consideraras interesante para lo que fuera que considerabas que era interesante para la coreografía, y mientras no fuera auto-promoción, cabía dentro de las mil páginas del libro. No había índice para no jerarquizar el contenido. Papel barato y ligero para hacer muchas copias que pudieran viajar fácilmente, tipografías a palo seco, pero portada plateada. El libro era repartido gratuitamente y distribuido de mano en mano por el mundo, formando, con sus discretos desplazamientos, una amplia y ligeramente secreta coreografía que entrelazaba una comunidad de la danza en muchos lugares, y que intentaba reunir a toda esta gente, si no físicamente, “librísticamente”, podríamos decir. De alguna manera, este libro invita a la gente a formar parte de una conversación común que ellos mismos crearon. Funciona como una especie de coreografía social conformada por gente que está intentando tomar la historia de la danza “por los cuernos”, como decimos en México, para que la historia sea lo que estamos haciendo ahora, y no un libro imposible de un académico amargado cincuenta años tarde, que nunca vio desde adentro lo que de hecho estaba pasando, o nunca se interesó realmente, o lo que sea. No estoy argumentando contra los académicos, todo bien con ellos; más bien argumento a favor de adueñarnos de nuestra práctica como comunidad. De asumir nuestra agencia de una manera no protagónica.
En pocas palabras, este libro entero fue pensado en términos del movimiento de los cuerpos en un determinado espacio y tiempo o, lo que es lo mismo, en términos coreográficos. Desde los modos de producción de contenido y edición hasta el financiamiento, e incluso, por supuesto, la distribución, es un ejemplo de una muy fina coreografía.
El anterior es quizá un ejemplo más “meta” de coreografía en relación con la producción de un libro, pero hay muchas capas en la perspectiva coreográfica desde las que podemos analizar y producir.
Está, por ejemplo, la acción misma de “escribir”, pensada como movimiento, además de sus funciones gramaticales y de representación. La artista colombiana Ericka Flórez, que trabaja en un campo entre la edición, las artes visuales y la salsa, escribió un libro de poemas titulado I Kan‘t en el que todos los poemas fueron escritos con la mano izquierda (la que no utiliza normalmente para escribir); no tanto por el efecto estético de la caligrafía, sino sobre todo porque si uno escribe de una manera diferente, también se mueve y piensa de una manera diferente y por lo tanto produce algo distinto. Me trae preguntas a la mente: ¿Cuándo fue la última vez que traté de escribir o dibujar con la otra mano? ¿Alguna vez he tratado de amarrar las agujetas de mis zapatos con otro tipo de nudo o coger con alguien que no coincide exactamente con mi “gusto”? ¿Me he lamido (o he tratado de lamer) mi propio pie? Éstas son las pequeñas cosas que reorganizan, aunque sea brevemente, mi proceso de autosubjetivación. La escritura se convierte en una acción performativa, y el libro registra dicha performance. Se ha bailado sobre la página en blanco.
Hay muchas personas que practican la coreografía del texto sin ni siquiera saberlo. Desde Virginia Woolf con Mrs. Dalloway y los paseos de sus personajes alrededor de Londres que son absolutamente fundamentales para el desarrollo de los monólogos internos por los que pasan, hasta los ejercicios tipográficos de Mallarmé y la poesía concreta de Haroldo de Campos o la práctica de tachar la mayor parte de un texto para revelar algunas pocas palabras como si fueran cuerpos. Hay un hermoso libro del artista mexicano Pablo Rasgado, en el que tacha parte del texto de un ensayo de Kandinsky titulado “Punto y línea sobre el plano”, transformándolo lentamente en un dibujo, que se convierte poco a poco en un espacio de entidades en movimiento bajo la luz y la sombra. Hay otro hermoso libro del escritor francés Georges Perec llamado Tentativa de agotar un lugar parisino, que es un registro minucioso de los movimientos de personas, animales, vehículos y clima en una plaza en París en el transcurso de tres días.
En la década de 1960, el escritor mexicano Salvador Elizondo escribió una novela llamada Farabeuf o la crónica de un instante, en la que se repasa sistemáticamente una y otra vez un momento en el tiempo de sólo un par de minutos en el que dos o tres personajes realizan movimientos muy simples. Uno sube una escalera, otro pasea entre una mesa y una ventana, un tercero sólo mira.
Etcétera.
Posiblemente, en algún momento de esta conferencia hayas pensado que me estoy contradiciendo: que empecé con este utópico escape del lenguaje a través de la coreografía y procedí a hablar de textos. Pero precisamente en esa contradicción radica mi punto. Creo que la coreografía como campo de pensamiento puede ejercer sus poderes de magia negra para lograr ese escape de la prisión semiótica incluso dentro del propio texto. Puede encontrar o crear fisuras en el tejido de la representación y utilizarlos como elementos compositivos. En mi experiencia, los ejemplos que estoy dando cumplen o intentan cumplir con tal proyecto.
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He dicho antes que solemos practicar la coreografía sin ser conscientes de ello, lo cual está bien, por supuesto, pero a veces traer sus líneas invisibles a la luz puede ser emocionante o incluso esclarecedor. Piensa en esta habitación, por ejemplo. Esta habitación donde tú estás y yo no estoy. Cuando entraste, si no conocías el lugar, notaste sus proporciones intuitivamente. Si la sala está llena, es más fácil darse cuenta de si el techo es demasiado bajo. Si el techo es alto (como creo que es el caso aquí) la multitud podría no sentirse tan apretada. Te moviste alrededor de la sala, viste el material guardado aquí: este título interesante, aquella portada encantadora, ay, amo los fanzines. Saludaste a algunas personas o hiciste algún comentario sobre uno o dos libros con las personas con quienes entraste.
Hasta ahora, has trazado una trayectoria dentro de la habitación. Un dibujo en el plano. Y ahora estás aquí, de pie o sentada frente a esta proyección, viendo a alguien hablar contigo a través de Skype. Cada vez que muevo la cabeza, los músculos de tu ojo reaccionan sutilmente siguiendo las formas creadas por la luz del proyector. De vez en cuando, ajustas tu cuerpo en una posición ligeramente diferente para evitar sentirte cansada.
Es curioso que normalmente cuando pensamos en un espacio, pensamos en sus bordes, en lo que podemos ver. Pensamos en el contenedor en lugar de pensar en el espacio en sí mismo, un poco como la expresión “un vaso de agua”. Pero entonces también empiezas a pensar en el “agua”. ¿De qué manera se conforma el espacio dentro de estas paredes, suelo y techo? Probablemente está lleno de aire, libros, muebles y gente, y cada vez que alguien se mueve, el aire a su alrededor también se reorganiza.
Podrías preguntarte cómo el aire toma la forma de los objetos que rodea, a la manera del negativo de una fotografía analógica o el molde de una escultura. Notas estas formas negativas en sillas y en otras cosas, también en ti misma, y cuando te mueves, el aire reorganiza en silencio el molde alrededor de tu nueva forma.
Cuando alguien se mueve el aire también reacciona, causando un pequeño flujo de viento, un ligero cambio de presión en la habitación que, aunque quizá imperceptible, también te afecta.
Todas estas personas con nuestras sutiles respiraciones y nuestros movimientos pequeños, discretamente desplazando el aire que llena este espacio. Discretamente empujando y jalando, produciendo corrientes invisibles que viajan a través de la habitación.
Si, mientras tus ojos siguen fijos en la pared iluminada, pones atención a la gente que te rodea, notas lo bien distribuidos que están para que todos puedan ver, aunque te preguntas por qué algunos espacios están vacíos, mientras que otros están un poco más llenos. Sientes más intensamente la presencia de aquellos a quienes no conoces, y más aún si parecen ser de un círculo social del cual te sientes distante.
La gente siempre está ya, de hecho, en relación con el otro en un espacio dado, y si miras a tu alrededor, de nuevo, dividiendo tu atención entre la pantalla y la sala, notarás geometrías compositivas. Vista desde arriba, la gente podría formar vértices en un complejo dibujo o, vista desde el lugar en el que estás, podría parecerse más a un paisaje, con sus diferentes alturas y anchuras, con todas esas formas largas y redondas, breves y angulosas, y una amplia paleta de colores de cabello. Si sólo una de ellas se mueve, el paisaje se pierde, o más bien, se convierte en uno diferente. Todo el espacio se reorganiza por la alteración del menor de sus elementos. Ya es una composición diferente que cuando empezaste a observar, y ahora otra más.
Cada elemento, advertido o ignorado, juega un papel fundamental en la construcción de la experiencia. El corte de pelo espontáneo, aunque no muy simétrico de aquella mujer, los pantalones manchados de aquel hombre, esa chamarra elegante, una gota de agua en el suelo. Nos encontramos en esta situación que ya está continuamente siendo compuesta por nosotros mismos. Y mientras la notamos, también notamos nuestro peso y nuestro vaivén. Estamos juntas en esto, y aunque algunas cosas podrían darse por hechas, no necesariamente tienen por qué.
Si algo he aprendido en los últimos años es que la única verdadera manera de estar, es estar juntxs. Pensar en términos coreográficos también es buscar formas de articulación con les otrxs y con el mundo. De ensamblaje experiencial, por decirlo de alguna manera. “Hay mucho más mundo en el cielo y en la tierra de lo que sueña nuestra antropología”, nos dice Eduardo Viveiros de Castro en Metafísicas Caníbales. Y sintonizar con ese mundo, a veces, es mucho más una cuestión de ritmo, de escucha. Me gusta pensar que la coreografía (como la anti-antropología de Viveiros de Castro) más que un ejercicio de producción, de orden, de estrategia, es un instrumento de percepción reflexiva.
[1] Ambas son bibliotecas públicas e independientes enfocadas en arte contemporáneo. Wendy’s Subway es el espacio en el que se realizó la conferencia, y Aeromoto, el que me invitó a hacerla.